Por Ska Keller, eurodiputada de Los Verdes en el Parlamento Europeo.
La economía clásica, con sus asunciones, sus cifras y metodologías, tiene en cuenta sólo a la mitad de la población: los hombres. Su estilo de trabajo, definido por los roles sociales, se contabiliza como valioso para el desarrollo económico. El trabajo realizado tradicionalmente por las mujeres como el trabajo reproductor, los cuidados, la agricultura a pequeña escala, etc, por lo general no están remunerados y por lo tanto no forman parte del PshareIB, a pesar de ser fundamental para el desarrollo de nuestras sociedades. Durante décadas, feministas y economistas feministas han criticado este hecho, apuntando que mientras que la contaminación ambiental, la guerra o los desastres naturales aumentan el PIB, la crianza de los hijos no cuenta. El trabajo que no se paga no se considera “trabajo real” y sin ingresos, las mujeres tienen menos poder en las negociaciones intrafamiliares y menos poder en la representación política. Aparte de los problemas abstractos en sentido macroeconómico, esto también significa que las mujeres muchas veces dependen de un hombre-proveedor y no tienen ninguna seguridad en el caso de que dicho proveedor desaparezca.
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